Muchas de las fotos de este blog son de Ramiro Sisco con la comunidad Pilagá, en Las Lomitas, provincia de Formosa, Argentina.

martes, 13 de diciembre de 2016

LA VIOLENCIA DEL SILENCIO





«Castigar con silencio es más peligroso que con palabras. Y se hereda de padres a hijos»

Los autores de «La ciencia del lenguaje positivo» nos explican cómo construir un plan linguístico familiar

«Las palabras son poderosísimas. Pueden llegar a determinar el rumbo de nuestro pensamiento, nuestra actitud ante la vida e incluso, nuestra salud y longevidad». Esa es la teoría de Luis Castellanos y su equipo, expertos en neurociencia, y autores del libro «La Ciencia del lenguaje positivo». En él plantean que el uso de determinadas palabras (o la ausencia de estas) en el día a día puede suponer la diferencia entre el éxito y la derrota en cualquier ámbito. «El lenguaje nos permite gestionar nuestra propia inteligencia», asegura. «Si nos parece normal dedicar todos los días un tiempo a cuidar nuestro cuerpo, a asearnos, vigilar nuestra dieta o hacer algo de ejercicio, ¿por qué no dedicar también a cuidar cada una de nuestras palabras?», se pregunta Castellanos.

—La mayoría de nuestros deseos están centrados en mejorar nuestras circunstancias, pero estamos lejos de plantearnos mejorar nuestro lenguaje: así somos, así hablamos.

—El lenguaje refleja nuestra existencia, nuestra historia, nuestras esperanzas. El lenguaje es un espejo de cómo somos. Cuando somos conscientes de nuestras palabras nos damos cuenta de que no vemos el mundo tal y como es, sino tal y como hablamos. Por eso quizá cambiando el enfoque de ese espejo también podremos enfocarnos de otra manera, cambiar, ambicionar cosas más grandes, una vida mejor, con más bienestar, más alegría y más salud.

—¿Cómo podemos cambiar el uso de las palabras?

—Habitando las palabras. Hablar es habitar el mundo. Deberíamos hacernos cargo de nuestros vocablos, de su destino. Un buen ejercicio es intentar identificar las palabras que queremos que adquieran importancia en nuestra vida, aquellas que queremos «habitar». Nos referimos a esas que te ayudan a crecer, que son las que deberíamos compartir, las que nos ayudan a transformar nuestras vidas y a dar lo mejor que tenemos a las personas que nos rodean.

—¿Por qué es tan importante buscar ese lenguaje positivo?

—Esta científicamente comprobado que el lenguaje positivo busca evolutivamente dirigir nuestra atención y nuestra voluntad hacia el aspecto favorable de las cosas y de la vida. Tomar conciencia de nuestro lenguaje es fundamental para escribir nuestro destino. Es más, las palabras influyen en nuestra posibilidad de supervivencia, ya que la expresión de emociones positivas hace que nos fijemos, que prestemos atención, a aquellos estímulos físicos y mentales que cada vez son más relevantes para llevar una vida duradera, plena y con el mayor grado de felicidad posible. Somos unos firmes convencidos de las funciones vitales del lenguaje positivo en nuestra mente ejercen una influencia creativa en las decisiones más profundas que tomamos. Nuestras decisiones lingüísticas crean nuestra historia.

—¿Palabras son hechos?

—Palabras son hechos siempre. Tanto si haces lo que has dicho que vas a hacer, como si no lo haces. En el primer caso estarás mostrando un estilo de acción que genera confianza, mientras que en el segundo caso tu estilo de acción generará otro tipo de respuestas. Este es el poder de las palabras.

—También en el sentido negativo. La pareja, los padres, o los hijos son los que suelen soportar los efectos devastadores del lenguaje de la ira. Es lo que José Luis Hidalgo, coautor del libro, ha denominado el «Hulk en casa».

—Esto es así. El enfado desmesurado se propaga con mayor facilidad en los entornos íntimos. Se trata de una cuestión de confianza, y hacemos uso de ello. Las mayores muestras de enojo las solemos cometer en casa, ese terreno que sabemos seguro y donde no hay que fingir. Después del enfado sabes que nadie se irá de casa, que te seguirán queriendo, y que todo quedará en un hecho puntual. Sin embargo, a menudo maltratamos a las personas que nos quieren bien con nuestros gestos indisimulados de fastidio, con nuestro lenguaje descuidado, con palabras hirientes.

—Sabemos entonces que descuidamos los entornos más queridos pero, ¿qué podemos hacer para evitarlo? ¿Cómo podemos reconocer y reconducir estas reacciones exageradas ante hechos insignificantes?

—Hay dos momentos clave para nuestro entrenamiento. Uno tiene que ver con «cómo llegamos a casa», y el segundo, con reconstruir o reparar lo que inconscientemente, hemos dañado.

—¿Qué puedes hacer en lo relativo a «cómo llegas a casa»?

—Es importante realizar un pequeño acto, una señal de respeto, frente a la puerta de entrada, que puede consistir en respirar antes de girar completamente la llave. Es un simple gesto con el que asumir que accedemos a otra energía, a un escenario con otro ritmo, y que al cruzar el umbral de la misma nos vamos a incorporar a un nuevo espacio. Físicamente tiene que ver con la pausa, con un momento de silencio que aprovechamos para observar, para ver de verdad a las personas que nos esperan.

—Pero, ¿cómo reparamos los daños una vez que Hulk ha hecho estragos?

—En este caso es importante cuidar nuestro diálogo interior y no culpabilizarnos en exceso. Solemos tratarnos duramente cuando perdermos los papeles, lo pasamos mal precisamente por haber hecho que lo pasan mal los demás, renegamos más de la cuenta y alargamos innecesariamente la reflexión sobre las causas de nuestro comportamiento. Pensamos que así podremos curar las heridas cuando es precisamente lo contrario. Para enfrentarnos a los daños causados por nuestra ira podemos decir: «devuélveme lo que te he dicho, no era para tí».




miércoles, 7 de diciembre de 2016

PRUEBAS Y FALACIAS EN LA EDUCACIÓN






De cómo ocultar la herencia recibida

Desde que las grandes corporaciones descubrieron que la educación puede ser un mercado de enormes ganancias potenciales, cuya clientela está asegurada porque la natalidad humana es persistente, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), cumpliendo con su mandato como “Club de los países ricos” asumió la tarea de gendarme de la “calidad” educativa en el mundo.

Las herramientas que utiliza son pruebas de evaluación tomadas en una muestra de escuelas de los países que son socios de aquel organismo. Estos deben someterse a evaluaciones bianuales cuyos resultados son ordenados en un ranking. Esa escala se construye en base a una comparación de objetos incomparables pues los sistemas escolares son distintos entre muchos países: la cantidad de años obligatorios, la relación entre educación pública y privada, la cantidad de horas diarias y anuales de clase, las diferencias culturales y el ritmo de desarrrollo regional de los sistemas.

El hecho es que, de acuerdo a las pruebas internacionales, entre 2006 y 2009 los resultados de Argentina habían mejorado y luego se estabilizaron, pero la prueba tomada en 2015 muestra una significativa mejora. Estos resultados cayeron mal en el gobierno de Macri, que ha venido sosteniendo que la Argentina baja en la escala por culpa de “la herencia recibida”, que el sistema educativo está diseñado “para hacer chorizos” (¡ay, pobre Sarmiento al que el Ministro de Educación dijo querer reivindicar!) y que harán una nueva “Campaña al Desierto”.

Se sospecha que el gobierno ha hecho ingentes esfuerzos para evitar que la OCDE incluyera a la Argentina en el nuevo ranking, cosa que, de acuerdo a las declaraciones del director de la prueba Pisa Andreas Schleicher (La Nación 5/12), la organización tuvo en cuenta. ¡Lo pensaron! ¿Consideraron la posibilidad de eliminar a la Argentina del ranking porque la política educativa del gobierno kirchnerista fue exitosa pero sobre todo porque pone en cuestión la consideración de que hay “grasa que sobra” entre el alumnado, la culpabilización y descalificación de los docentes, la desvalorización de la escuela pública a favor de los negocios pedagógicos?. Como si fuera poco, “La Nación” acota que “aún cuando los resultados muestren una mejora, no serán buenas noticias para la Argentina”. La OCDE optó por acordar una solución de compromiso, como expresan las declaraciones de Schleicher: colocar un asterisco, junto al resultado de Argentina en el listado para expresar duda, y echarle la culpa al país aduciendo que ellos solamente analizan la muestra que envía cada cliente ( país) y que nuestra muestra contuvo errores. Pero precisamente aquellos que la OCDE considera errores no son otra cosa que las particularidades de la vida escolar de cualquier país. En el caso argentino, (recordemos que desde la reforma menemista existen tantos sistemas como provincias y una coordinación en el Consejo Federal de Educación) los sistemas escolares están en proceso de cambio de acuerdo a la elección que hizo cada provincia respecto a la duración de 6 o 7 años del nivel primario, y 5 o 6 del secundario. La rigidez de los instrumentos que utiliza la OCDE no permiten adecuación alguna a los cambios que se producen en el objeto que miden, de manera que toda inadecuación a las respuestas al formato aplicado es considerada negativa. Queda así confirmada la crítica que vienen haciendo CTERA, los demás gremios y muchos especialistas de los países afectados, sobre el desprecio de las pruebas internacionales estandartizadas por las distintas culturas y realidades sociales.

Esta vez los instrumentos de la evaluación chocaron en la Argentina contra la realidad: los sistemas educativos cambian y no pueden ser medidos de un único momento sino que se requiere tomar en cuenta procesos. Evaluar como se debe la educación no admite la “instantánea” sino que requiere el análisis de una película. Una buena película argentina no proporcionaría resultados satisfactorios ni para el gobierno de Macri ni para la OCDE.

Por otra parte, hace unas semanas se dieron a conocer los resultados del TIMSS, otra prueba internacional que utiliza una lógica y metodología semejante al PISA de la OCDE. El objeto de análisis fue la educación en la ciudad de Buenos Aires y la prensa oficial no pudo ocultar los resultados negativos. Empero, el Pisa muestra una mejora significativa de la educación (o sea del trabajo que hacen docentes y alumnos) en la misma jurisdicción. ¿A quién creerle? Sin duda la vida en nuestros colegios transcurre en registros muy diferentes del que orienta a la OCDE o “Club de los países ricos” convertido en pedagogo, y al gobierno cuyo sentimiento profundo es “cuanto peor mejor”. Pero el mayor escándalo es que un organismo internacional se preste a acuerdos sobre resultados con un gobierno, si esas conversaciones han existido de acuerdo a las declaraciones de Andreas Schleicher.

Evaluar significa en la lógica aristotélica que el orden social sigue las jerarquías del orden natural. Atribuir y adjudicar valor a un objeto o sujeto teniendo en cuenta jerarquías de inferioridad y superioridad en un orden que garantice su interdependencia es una condición de las pruebas que aplica el “Club de los países ricos” a sus países clientes. Que los resultados obtenidos por el PISA muestren una mejora de la Argentina en su escala, no quiere decir que esa evaluación y sus semejantes se hayan vuelto repentinamente confiables. Lo son menos aún, dado que la relatividad de la postura objetiva de quienes dirigen el PISA ha quedado en evidencia al acceder a los intercambios que haya habido con el gobierno antes de dar a conocer los resultados.

Es posible, y los argentinos necesitamos, conocer la marcha de nuestra educación desde criterios elaborados desde un orden de ideas democráticas. Tenemos profesionales del mejor nivel y con amplia experiencia en evaluaciones cuanti y cualitativas y docentes dispuestos a participar activamente. Proseguir la serie comenzada por el Operativo Nacional de Evaluación del MCyE hace varios años sería una primera medida para sanear esta situación.


Doctora en pedagogía
















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