Muchas de las fotos de este blog son de Ramiro Sisco con la comunidad Pilagá, en Las Lomitas, provincia de Formosa, Argentina.

domingo, 20 de enero de 2019

FEMINICIDIOS 2019





El 1º de enero Celeste Castillo, de 25 años, fue baleada por su esposo, el policía Héctor Montenegro, que se suicido, en Santiago del Estero.

El 4 de enero, en Sáenz Peña, Chaco, Valeria Silvina Juárez, de 32 años, fue asesinada por su padre, Elías Juárez, de 63 años, que se quito la vida.

El 7 de enero Daiana Moyano, de 24 años, fue abusada sexualmente, golpeada, estrangulada y descartada post mortem en un descampado del barrio La Floresta Sur, en Córdoba. El principal sospechoso es Alejandro Coronel y es el padre de sus dos hijas, de dos y seis años que está detenido.

También ese día fue apuñalada 17 veces en la cara y 15 veces en la espalda Joselin Nayla Mamaní, de 10 años, en su casa de Longchamps. Su mamá, Sara Mamani la encontró en la cocina. Está imputado la ex pareja de Sara, Carlos Correa, por femicidio vinculado.

El 8 de enero Gisel Romina Varela, policía, de 33 años, fue baleada, en Mar del Plata. Por el femicidio está detenido Sergio Alejandro Cejas, que tenía una orden de restricción de acercamiento desde agosto del año pasado.

El 9 de enero murió Liliana Loyola, de 64 años. En noviembre del año pasado la habían quemado y por la gravedad de las heridas no logro sobrevivir. El principal sospechoso es su hijo adoptivo Juan Eduardo Echegaray, de 27 años.

El 13 de enero fue encontrado el cuerpo de la adolescente Agustina Imvinkelried de 17 años, que estaba desaparecida, y fue asesinada. Ella había ido a bailar el sábado a la noche a Esperanza, Santa Fe. El domingo a la madrugada estaba esperando que la fueran a buscar. El principal sospechoso es Pablo Trionfini que se suicidó en su casa y expresaba odio hacía el placer de las mujeres y consignas contra el derecho al aborto en las redes sociales.

El 15 de enero Danisa Canale fue asesinada a martillazos en Galvéz, Santa Fe. Su marido, Jorge Trossero, llamo a la policía para decirle que la había matado.

El 16 de enero Romina Ugarte fue baleada en su casa en Cañuelas. El único detenido es su novio policía Nicolás Fernando Agüero, de 19 años.

El cuerpo de Carla Soggiu, de 28 años, fue encontrado ayer flotando en el Riachuelo. Había desaparecido el martes luego de activar dos veces su botón de antipánico en Pompeya. Todavía se investigan las causas de su muerte.

La lista deja sin aliento.

El año nuevo empezó mal y entre el primer día del año y el 18 de enero del 2019 ya se cuentan doce femicidios confirmados, según contabilizan en el Observatorio de las Violencias de Género “Ahora que sí nos ven”. A esa crifa podría sumarse Carla Soggiu, cuyo cuerpo fue encontrado ayer. En lo que va del año hay una víctima de violencia machista cada treinta y seis horas. El fenómeno no es nuevo. En el mismo período del año pasado la misma organización registro quince femicidios (entre ellos de una niña, de un niño como forma de femicidio vinculado y un travesticidio). Sin embargo, si nos remitimos al 2017 en los primeros dieciocho días del año se había producido un femicidio vinculado. Y en el 2016 del 1 al 18 de enero se registraron once femicidios y un travesticidio.

“Son cifras alarmantes y un año que empieza difícil. Por un lado hay un movimiento de transformación social en el cual las mujeres decimos que no toleramos la violencia, que no estamos dispuestas a agachar la cabeza, que llego la hora de que nadie pueda levantarnos la mano. Sin embargo, la violencia persiste. Falta que el Estado se haga cargo de que esta transformación cultural se traduzca en hechos concretos, en políticas con un presupuesto acorde y no $11 pesos por mujer, por año, como sucede actualmente”, objeta la diputada nacional Lucila De Ponti, del Movimiento Evita.

Mientras que, entre enero y el 31 de octubre del 2018, se registraron 225 femicidios y 29 femicidios vinculados de hombres y niños (porque intentaron defenderlas o porque su muerte fue la forma de dañar a una mujer) y 250 hijas e hijos (67 por ciento menores de edad) se quedaron sin madre, según el Observatorios de Femicidios en Argentina “Adriana Marisel Zambrano”, coordinado por La Casa del Encuentro.

¿Cómo se pueden evitar los femicidios? La ex diputada y abogada María Elena Barbagelata reclama: “Hay que implementar la Educación Sexual Integral (ESI) para prevenir la violencia de género. Pero, además, tomar mayores medidas de protección en los procesos que sean rápidas y efectivas y tengan seguimiento de las autoridades. Hoy, todavía, las mujeres víctimas de violencia tienen que llevar en persona las órdenes judiciales de no acercamiento. No hay apoyo, ni medidas de políticas públicas que las apoyen para buscar soluciones mientras ellas, a veces, tienen que reiterar, diecisiete veces, las denuncias”.

La idea de inseguridad que se promueve como botón de pánico social en donde se desconfía del otro y se sube la vara del linchamiento, la represión y el gatillo fácil se quiere trasladar a la violencia de género. Pero la salida no es por esa puerta según la docente Laurana Malacalza Coordinadora del Observatorio de Violencia de Género de la Defensoría del Pueblo de la Provincia de Buenos Aires. Ella remarca: “Hasta el momento el paradigma en el que se han sustentado las políticas públicas por parte del Estado Nacional y reproducida por los Estados provinciales se concentra en la atención judicial y policial de los casos con muchas deficiencias. Es un paradigma seguritario que aborda los casos de manera individual y desarticulada por parte de las distintas agencias del Estado y eso se muestra en la cantidad de femicidios en donde las mujeres denunciaron y le pidieron ayuda al Estado y el Estado no las protegió. Pero, además, se fomenta la sobreburocratización y una enorme cantidad de instancias que las mujeres deben recorrer sin que eso sirva para protegerlas. Además se piensan medidas de un paradigma seguritario como botón antipánico, tobilleras magnéticas para agresores y app para hacer denuncias y este paradigma ha dado muestra de su fracaso ante cada uno de los femicidios”.

Un ejemplo de como la burocracia es cómplice de muerte es el femicidio múltiple ocurrido el 15 de noviembre, en Colón, Entre Ríos. Leonardo Andrés Ayala asesinó a Delia Guerrero, su ex pareja, sus dos hijos (Josefina y Patricio) y un amigo de la mujer (Ramón Lagneaux) y, después, se suicido, con un arma 9 milímetros. El femicida tenía una medida de restricción pedida por la fiscal por el abuso sexual de su hija de dos años, pero el Juez no había aceptado la sugerencia de pedir su captura. Este tipo de casos son catalogados por La Casa del Encuentro como femicidios vinculados porque la finalidad del asesino es matar, castigar o destruir psíquicamente a la mujer sobre la cual ejerce la dominación (y a la cual considera de su propiedad) y, con ese objetivo, asesina a personas que intentan impedir el femicidio o con vínculo familiar o afectivo con la mujer. La justicia no creyó que Ayala era capaz de abusar de su hija de dos años y termino matando a la nena y toda la familia.

“El miedo y la violencia se han convertido en parte del proyecto de gobernabilidad de los gobiernos neoliberales”, destaca Malacalza. Por eso, no se trata de medidas mágicas o represivas lo que se propone sino las relaciones comunitarias y los espacios colectivos que construyan mayor seguridad al estar con otras.

Las jóvenes en el blanco del goce

La muerte de jóvenes no es azarosa, sino un tipo de femicidio etáreo que busca aniquilar a las chicas en situación de goce y que le costó la vida a sesenta jóvenes que apenas habían mordido un cuarto de las experiencias que les debería haber arrojado su vida durante el año pasado. “Es preocupante porque los femicidios de mujeres jóvenes, de entre 15 y 25 años, representaron el 25 por ciento del total de los femicidios ocurridos durante el año pasado”, señala Raquel Vivanco, integrante de Marea Feminista Popular y Disidente y Presidenta del Observatorio “Ahora que sí nos ven”. Un dato central es que el 25 por ciento de las chicas asesinadas, previamente, estuvo desaparecida. “Son cifras alarmantes teniendo en cuenta el alto nivel de organización que venimos gestando desde el feminismo y que las pibas son el motor del cambio cultural que estamos protagonizando”, contextualiza Vivanco.

¿Qué se puede hacer para frenar la violencia hacia las más chicas? “Para las jóvenes el feminismo tiene que ser un refugio. Nos tenemos que cuidar entre nosotras; construir redes, lazos, vínculos entre las pibas y sus mamás, las familias, los amigos. Hasta que el Estado se decida a encabezar una política que cuide a las mujeres las mejores garantías van a ser los vínculos de cuidado”, propone De Ponti.

Por su parte, Vivanco reclama: “Necesitamos mayor presupuesto para erradicar la violencia contra las mujeres; la urgente implementación de la Ley de Educación Sexual Integral y capacitar a fuerzas de seguridad para que intervengan a tiempo y con perspectiva de género. Necesitamos ciudades seguras para que las pibas puedan caminar sin miedo en la calle. Las pibas tienen derecho a disfrutar de su libertad sin miedo a ser acosadas, abusadas o asesinadas”.

Mucho más que números
Luciana Peker



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sábado, 12 de enero de 2019

PATRIARCADO, BIOPOLÍTICA Y ESTRACTIVISMO



Un grupo de varones jóvenes violó a una adolescente de 14 años en un camping de Miramar el 1° de enero.

En apenas dos días otra banda de encapuchados abusó e intentó violar a una adolescente en un descampado de Villa Elisa y una mujer rescató a su hija de 14 años de la casa de unos vecinos en Salta. Tres hombres la habían violado después de darle alcohol con algún tipo de sustancia.

En los medios y las redes caracterizaron las escenas: “Fue en manada”. Sin mediaciones del horror vivido por cada una, con el antecedente de “La Manada” de San Fermín de 2016, cuando 5 varones violaron y filmaron a una turista en el portal de un edificio. Violaciones. Manadas. Cuerpos disponibles y dominación. Espacios de violencia expresiva y simbólica entre machos que parecen asfixiar cualquier otro intento de análisis.

Qué pasaría si dejáramos de pensar desde una perspectiva simbólica y hacemos un análisis materialista, feminista y posthumano, se pregunta la filósofa Paula Fleisner, que cuestiona la concepción de manada y la manera en que rápidamente se la apela como lugar común de la cultura, al suponer que todo se reduce a un instinto atávico.

    → “Y la violación como punto de reflexión, en la medida que encarna una paradoja del sistema capitalista, patriarcal y especista. La figura de la violación es el lugar donde aparecen las contradicciones del modo más flagrante.”



¿Por qué criticar el término manada?

-Me parece que la filosofía puede perfectamente disputar el sentido de esa palabra. Podríamos mencionar a Félix Guattari y la idea de manada como un espacio de encuentro que no está regido por el binarismo de las construcciones societales humanas. Por otra parte, estos casos son excepcionales en relación con las violaciones intrafamiliares cotidianas que fueron legitimadas en el Senado por uno de nuestros senadores (n.de la r.: Rodolfo Urtubey, durante los debates por la legalización del aborto). Como especialista en filosofía de la animalidad me niego a que usemos el término manada en este caso porque los animales no son eso, una manada no funciona así. La jauría no viola.

¿Es problema de interpretación simbólica?

-Suponer que llamar manada a un grupo de varones producto perfecto de una sociedad hija de la Ilustración, por decirlo así, es justificar el patriarcado como si fuera un estado de cosas parecido al aire que respiramos y que por lo tanto no se puede modificar. Entender que lo que ocurre en los ataques grupales es un desenfreno atávico es como hacer una interpretación idealista y humanista en el sentido de asumir la separación entre la naturaleza y la cultura.

La mediatización de la idea de manada resurge a partir de una violación colectiva en España en 2016, en el Día de San Fermín.

-Es curioso, ocurre en esa fiesta donde hay un animal que supuestamente es liberado. Y aparece todo un simbolismo detrás de la animalización de ciertas conductas que no son animales, son culturales, históricas, construidas gracias a un sistema de creencias patriarcal que asume la inferioridad de las mujeres. Pero no es primitivismo, ese tipo de comportamiento es lo más contemporáneo que hay.

    → Doctora en Filosofía por la UBA, investigadora adjunta del Conicet, Paula Fleisner es docente en las materias Problemas especiales de Estética y Filosofía de la Animalidad en el Departamento de Filosofía de la UBA, e integrante del colectivo Ni Una Menos y la Colectiva Materia.
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En su estudio sobre la disponibilidad de los cuerpos femeninos en la mitología indaga sobre las conductas colectivas humanas.

-El mito sirve para pensar ciertas conductas colectivas, explicarlas, darle un sentido al pasado y además proyectar ciertas líneas legítimas de acción. En la mitología hay un proceso en el que las diosas madres son reemplazadas por la figura de la Core, la muchacha joven, raptable y violable, vulnerable y vulnerada. Configura el momento histórico cuando se reemplaza una mitología vinculada con las divinidades femeninas por el panteón y Zeus, algo así como el padre del patriarcado, y la disponibilidad de los cuerpos femeninos en todas sus formas. ¿Por qué habríamos de asumir esa dimensión inamovible y pensar que lo único que hace una violación es construir simbólicamente las masculinidades? La disponibilidad de los cuerpos femeninos es sobre todo material.

Pero la violación es un lenguaje.

Por supuesto, pero también hay que entenderlo en términos materiales. Disponibilidad material de los cuerpos también significa que reproduce cárnicamente hablando las masculinidades. Es decir, llevamos a cabo la tarea de “perpetración de la especie”. No es que sólo la perpetuamos sino que perpetramos el patriarcado materialmente. Si perdemos esa dimensión que llamo material y hacemos sólo un análisis simbólico, lo limitamos a la manifestación de un orden total. El símbolo trata de neutralizar y gobernar esa relación siempre inestable entre el pensamiento humano y el mundo, y decretar que eso que existe es inamovible. Las violaciones en “manada” no son manifestaciones de un todo natural. Son síntomas -en el sentido de reivindicar ese aspecto azarozo-, no símbolos del patriarcado.

“Mirá cómo me ponés” se convierte en la legitimación del lugar común de una actitud instintiva e irracional.

-¡Pero es lo más racional que hay! Es la modernidad y en realidad se trata de un sistema de dominio: eso es el capitalismo. El capitalismo es un humanismo, el humanismo es un especismo y el especismo es machismo. Porque lo que está en la cúspide de la pirámide es el varón heterosexual y blanco. En ese sentido, lo interesante los movimientos feministas es que combaten esa consideración de la mujer como recurso natural.

El extractivismo y los cuerpos de las mujeres como territorios en disputa con el poder patriarcal y colonial.

-Esa es la cuestión central. Hay una disponibilidad material de los cuerpos en general en función del varón, que es el sistema de producción y explotación que se inaugura con el capitalismo. Hablamos de la necesidad de ampliar círculos de inmunidad. Y de la idea de ampliación de los derechos, la lucha de la mujer por convertirse en sujeto. Pero algunos feminismos dejan de pensar ese problema y plantean que si no somos sujetxs entonces será que somos capaces de construir sociedades políticas que no estén sometidas a esa lógica de la jerarquía y la oposición, donde siempre hay uno que tiene que estar disponible para el otro.

VIDAS SIN FORMAS

Fragmento de la Dialéctica de la Ilustración de Theodor Adorno y Max Horkheimer, “Hombre animal” plantea el lugar que ocupan los animales en el capitalismo, entendido como un dominio sobre la naturaleza, y sostiene que la mujer nunca llegó a ser sujeto en un sentido dominante porque siempre fue relegada a su función biológica. “La disponibilidad concreta de los cuerpos femeninos es biopolítica desde el comienzo de los tiempos”, remarca Fleisner.

Una expropiación que se amplifica en los territorios más empobrecidos.

-Exacto. Ahí hay que atravesar un linaje distinto de feminismos que no están necesariamente ligados a las tradiciones de las sufragistas, que tenían otros problemas, y que están vinculados con territorios donde es evidente que a nosotras nos hacen morir y nos dejan morir, como me dijeron hace un tiempo las mujeres de la Villa 21-24 a propósito de Calibán y la bruja, de Silvia Federici, y que básicamente somos un cacho de carne disponible como las vacas o las chanchas. Es buena la intervención que hace Giorgio Agamben respecto de Foucault cuando expresa que la biopolítica existe desde el comienzo de los tiempos y hay un punto oscuro de confluencia entre el poder soberano y el poder biopolítico, que es lo que llama “la vida desnuda” y lo vincula al homo sacer, esa figura perdida del derecho romano, que podríamos decir son los cuerpos femeninos y feminizables que desde siempre pierden sus formas, porque no son formas de vida sino vidas sin formas y que además están siempre disponibles para su eventual asesinato.

¿Una línea de biopolítica de género donde esos cuerpos toman otras significaciones?

-Es posible pensar esa disponibilidad material a partir de la confluencia de algunas ideas de estos pensadores tergiversadas para un uso feminista materialista y en mi caso, posthumanista. Dejando claro que todo este análisis ontológico o político es paralelo a las estrategias jurídicas. Pero si concebimos que la única reivindicación posible para las mujeres o los cuerpos femeninos es el de persona, en el sentido de una necesidad de ampliar nuestros derechos, estamos queriendo hacer un análisis antipatriarcal asumiendo que el patriarcado es lo único que existe. El aprendizaje de los movimientos feministas y la incorporación de todas las reivindicaciones de otras minorías tiene que ver con que estamos entendiendo que no se trata de ampliar un círculo de inmunidad sino de romper con esa idea de organización.

No se trata de un feminismo reformista sino de uno revolucionario.

-O revoltoso. No dejemos de ir a los tribunales pero no le pidamos a la policía que nos proteja. No les pidamos a nuestros padres, que son los que nos violan, que nos protejan de los potenciales violadores, de las jaurías enloquecidas. Porque ahí hay un problema. La Justicia es constitutivamente patriarcal, entonces tenemos que inventar otra forma de Justicia, en la que no sea necesario reivindicar el lugar de la persona. Las lógicas de existencia son muy diversas. No se trata de incluirnos entre las potenciales detentadoras del poder de extraer, sino abolir el extractivismo en todos sus niveles, no sólo en el cuerpo de las mujeres en general.

Más allá de la espectacularización de los abusos sexuales grupales, en esas escenas pactadas parece operar un sistema donde unos perpetran, otros observan o esperan su turno, y todos van conformando una estética de la violencia.

-Se puede hablar de una estetización y también tiene que ver con las relaciones jerárquicas, donde pareciera que es un sistema que funciona autónomo, sin responsables. Es una especie de coreografía que se monta sola y se desarrolla. Pero es la lógica a la que estamos acostumbradxs, no es algo excepcional. El modo en que funcionan estas violaciones responde a lógicas de existencia cotidianas.

¿Cómo se entienden esos cuerpos abusados?

-Como materia inerte, moldeable, susceptible, necesitada de una forma impuesta desde afuera. La mujer ha sido siempre asimilada a esa función biológica entendida como algo del orden de una materialidad disponible. Y la violencia garantiza ese dominio. El extractivismo no se impone sino a través de la violencia.

Y genera los fenómenos de desprecio y crueldad colectiva sobre esos cuerpos.

Es la reproducción del sistema en distintos niveles. El hecho de que los cuerpos femeninos estén disponibles para hacer las peores tareas, para tener hijos, para ser eventualmente acosadas, abusadas, violadas o asesinadas es parte de la misma circulación de los varones heterosexuales, blancos, primermundistas, ricos, donde la violencia es el sostén. Y la violación es un punto ciego de ese sistema, porque hace entrar en colisión dos ideas contrapuestas que tiene el patriarcado sobre el cuerpo femenino. Por un lado está disponible y es una materia inerte, y por otro lado es un cuerpo connotado como sagrado. Molesta en forma sistemática porque o es de libre uso o es separado para su contemplación.

Esto se manifestó con brutalidad durante los debates por la legalización del aborto.

-Todo esto nos remite a los debates en torno del derecho al aborto. Que no puede legalizarse porque justamente es poner un límite a esa disponibilidad infinita. Y genera que nosotras tengamos la dinamis, el concepto de potencia griego, la posibilidad de abstenerse, de no pelear por la obtención del poder, sino porque lo que podemos sea diverso. Que tengamos la capacidad de decidir es realmente un límite a la violencia. Porque podemos elegir no perpetrar más la especie. Gozar y decidir que acá no nace nadie más. Ese es el terror que nos tienen.

Aún nos debemos pensar las maneras de lidiar con la revictimización de las víctimas.

-Nos tiene que interesar que no se trata de alguien determinadx, no importa tanto quién era esa adolescente o esa mujer, sino que somos cualquiera de ellas. Son casos que valen por todas. Por lo tanto la idea “Tocan a una, tocan a todas” funciona a ese nivel. Por eso no necesitamos pactos, porque no somos individuxs en ese sentido. No somos “una” mujer, somos cualquier mujer. Hay ahí algo que permitiría pensar modos políticos muy distintos y además dejar de pensar en la reconstrucción de la vida de la víctima. Y no funcionaría con la lógica de la venganza que aparece entre varones sobre ese cuerpo.

Que se relaciona con el efecto disciplinador de las agresiones sexuales.

-Creo que como el poder disciplinador es un poder biopolítico de poblaciones, no se trata nada más que de un disciplinamiento sino que es la administración desde siempre de la vida biológica de las mujeres. En el caso de las mujeres y los cuerpos feminizados, hay un azar en la elección de la víctima desde el poder biopolítico porque lo que importa es aislar determinado rasgo que es el que sirve para perpetrar el sistema de dominio y no necesita proteger toda tu vida o las de todas las mujeres, precisamente porque lxs individuxs no importan. En ese sentido esto es responsabilidad del Estado entendido como el modo de gobierno soberano, donde hay políticas de administración de las poblaciones que funcionan de tal o cual manera. No es una cuestión moral, ética ni religiosa. Es política-pública en la manera que todos los cuerpos, el cuerpo de cualquier mujer, está siempre ahí, disponible. Y las Core, jóvenes, vulnerables, son las que garantizan el funcionamiento del sistema.

Ciertas condenas sólo buscan apalear los efectos negativos de ese sistema.

-Las mujeres no podemos sobrevivir de esa manera. No alcanza con poner paños fríos a las situaciones de mayor vulnerabilidad. No podemos seguir viviendo bajo una única lógica de existencia, la del dominio y el extractivismo. Sujetadas. No queremos estar sujetadas; no me reivindicaría como individua en ese sentido. Y es de esa manera en la que se puede entender que el feminismo no puede ser un oenegeísmo cómplice del neoliberalismo, porque no son las libertades individuales de lo que estamos hablando. O nos salvamos todxs o no se salva nadie. Y con todxs me refiero al planeta. Hay una potencia tan grande en esa conexión, que por eso se nos están viniendo encima. Porque realmente estamos imaginado modos posibles de cambiarlo todo.

El aire irrespirable
Por Roxana Sandá










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domingo, 6 de enero de 2019

CRÍMENES de GÉNERO y EXCESOS de PODER





La antropóloga feminista Rita Segato es una apasionada de la conversación. Es notable cómo, a partir del diálogo, va construyendo pensamiento. Cuando empezó a trabajar primero con los presos condenados por violación en la penitenciaria de Brasilia, pensó que sería una situación excepcional y pronto abandonaría el tema. Pero desde entonces, hace ya más de dos décadas, viene estudiando y tratando de entender la violencia contra las mujeres y en particular los crímenes sexuales. En una entrevista con Página 12, se explayó sobre las motivaciones que empujan a los hombres que cometen violaciones, sobre la sucesión de episodios similares que se dan últimamente y sobre la mirada que tiene la Justicia frente a esta clase de hechos. “Tratan el sufrimiento de las mujeres como un ‘crimen menor’ y eso es constatable. Necesitamos avisarles, hacerles percibir”, dice en referencia a los operadores judiciales.

En la última semana, las violaciones grupales que se sucedieron en el país la empujaron a volver sobre el tema.

“El de género es un crimen de exceso de poder”

Desde hace años viene hablando de la fatria masculina, del comportamiento imitativo de los hombres en búsqueda de exhibición y de potencia en los crímenes sexuales. "Defiendo en mis textos el crimen de género como un crimen no instrumental sino ‘expresivo’. Expresa la capacidad de dominio y control de la posición masculina. Es, por eso mismo un crimen territorial. Si tiene una utilidad, esa utilidad es ‘expresiva, comunicativa’. Expresa dueñidad, y dirige ese enunciado a los ojos de los pares en la corporación masculina. Es un crimen, en ese sentido, autorreferido”, señala la antropóloga. Segato entiende esas conductas como parte de un mandato corporativo de la masculinidad. Lo dijo una y tantas veces. Pero ahora su pensamiento se volvió visible. También ha dicho que las violaciones en grupo, en manada, que se reiteran, no son respuesta al creciente activismo feminista sino a la “precarización de las masculinidad por la precarización de la vida”. “Entonces, la masculinidad exhibe su trasfondo, en la avidez por mostrar una potencia que ya no puede alcanzar. La capacidad de adueñamiento, indispensable para la titulación masculina, para la adquisición del prestigio masculino, solo se obtiene hoy con violencia”, explica otra vez.

“La violencia aflora cuando los métodos no violentos ya no existen para el adueñamiento, que es la estructura y el lenguaje en un mundo de dueños, como es el mundo de hoy, cuando no se alcanza el control territorial y de los cuerpos mediante otros tipos de potencia, como la económica, la política, la moral o la intelectual... y según algunos psicoanalistas que he escuchado, inclusive la potencia sexual está severamente comprometida hasta en los más jóvenes”, dice a PáginaI12. Su producción académica abarca numerosos libros, el último, Contra-pedagogías de la crueldad (Buenos Aires: Prometeo, 2018).

–¿Por qué ha afirmado que la Justicia tiene dificultades en procesar la violencia machista?

–Como digo siempre, es evidente que a los ojos de la práctica del Derecho el crimen de género es un “crimen menor”, y esa idea es ya un concepto en mi vocabulario, una categoría crítica que es indispensable acercar a los oídos de los operadores del Derecho. Tratan el sufrimiento de las mujeres como un “crimen menor”, y eso es constatable. Necesitamos avisarles, hacerles percibir. Voy a recordar una anécdota personal. Corría el año 1993 cuando me presenté ante el director de la Penitenciaria de Brasilia para convenir con él cómo iría a realizar, junto a un equipo de estudiantes, una larga serie de entrevistas con internos ya sentenciados por violación. Se trataba de un proyecto pedido por el secretario de Seguridad Pública al rector de la Universidad de Brasilia. Durante esa primera visita a la cárcel, el director me ofreció un café mientras conversábamos. En su despacho, un hombre de media edad escribía a máquina. El director lo llama para servir el café. Cuando salíamos, el director bajó la voz y me dijo: “Es un interno. Pero nos ayuda aquí en la Dirección. Es médico. Lo que le pasó le podría haber pasado a cualquiera. Mató a la mujer”. La frase fue un vislumbre de lo que me viene mal asombrando hasta aquí y que, no por coincidencia, nos ocupa ahora. Para que no se piense que se trata de un caso excepcional, esa escena se repitió muchos años después en la Cárcel de Campana, provincia de Buenos Aires. La visité en 2007 con el profesor Rodolfo Brardinelli, de la Universidad de Quilmes, pues nos encontrábamos desarrollando el proyecto “Habla preso. El derecho humano a la palabra en la cárcel”, inspirado en el proyecto homónimo que realicé en Brasilia después de que la investigación con violadores me reveló la total y absoluta falta de promoción de la práctica reflexiva y responsable dentro de la institución penal. Allí, en el comedor al que fuimos convidados a almorzar, se presentó un hombre ya de edad trayendo los platos. Nuevamente, como en la escena anterior, al ausentarse, el director nos explicó en voz baja, por delicadeza hacia el interno: “Es muy mayor y nos ayuda en la cocina. Es que no es peligroso. Está preso solamente porque invitaba a dos nenas de la calle a ver películas pornográficas con él”. No sé sobre el resto de los presentes, pero la repugnancia hacia la mano que me sirvió el almuerzo me impidió comer.

–Muy estremecedoras las dos escenas. ¿Por qué a las respectivas direcciones penitenciarias les parecieron inofensivos estos dos convictos?

–Porque un agresor de género no colocará en riesgo la propiedad ni la vida de los propietarios. Es decir, no se trata de un delincuente peligroso para los bienes y sus dueños. En este sentido, abogados y directores de cárceles ven el crimen de género como un crimen de otro tipo, lo clasifican de otra forma. Por un lado, en su fuero íntimo, no acceden a concebirlo como un crimen “contra las personas” y no construyen la imagen de su perpetrador como una figura amenazadora para la sociedad. En otras palabras, no lo perciben como una figura que amenaza bienes jurídicos de valor universal y de interés general. La figura masculina encarna e iconiza el bien jurídico de valor universal y de interés general. La figura femenina es leída por el sentido común como bien jurídico de valor particular, de interés privado.

–Siguiendo su razonamiento... ¿es posible que por esa razón ni la sociedad en general ni los operadores del Derecho consiguen digerirlo o ubicarlo en donde debe estar clasificado, como un crimen en la plenitud de ese concepto?

–Claro. De allí se desprende que la víctima de este crimen, la víctima sexual, en general una víctima con cuerpo de mujer, aunque no siempre, no se constituya ante el ojo público como una persona plena, no alcance el status de un ciudadano pleno, de un sujeto pleno. Ese efecto, a su vez, se acentúa como consecuencia de la estructura binaria del orden patriarcal moderno, orden monopólico, unitario. El orden patriarcal moderno es binario, y su estructura es diferente a la estructura dual del orden comunal. En la transición a la modernidad, el espacio doméstico comunal, que no era ni íntimo ni privado, se privatiza. De esa forma, el ámbito que, en un imaginario arcaico, es el espacio vital de las mujeres, su espacio de tareas y sociabilidad, experimenta una caída abrupta de prestigio y poder. Se transforma en el otro del ágora de la política y del Derecho, residual y despolitizado. Eso explica la situación despolitizada, privatizada, residual, marginal de la vida de las mujeres en el ojo estatal y, por lo tanto, también en el ojo de los fiscales y los jueces, salvando excepciones.

–Es decir, nuestras vidas, finalmente, frente a la mirada estatal no han importado históricamente, por no pertenecer al orden público...

–Exacto. A partir de la privatización del espacio doméstico como íntimo y expropiado de su politicidad propia, que en el mundo comunal tenía y todavía tiene, todo lo que nos sucede a las mujeres, desde la agresión sexual hasta el feminicidio, pasa a ser capturado por la intimidad y referido a la libido sexual. Es por eso que la queja femenina no es audible a los tímpanos del Estado: porque nosotras las mujeres, a no ser que hagamos un gran esfuerzo de simulación, no pertenecemos al orden público, habitamos otro espacio, especialmente cuando figuramos en el papel de víctima –“no se ha agredido un ciudadano”, “no se ha asesinado un ciudadano”–, el agresor no ofrece peligro al bien jurídico de interés universal. De una forma muy concisa, ésa es la estructura que se encuentra por detrás del “crimen menor”.

–Se supone, de todas formas, que los y las operadores de la Justicia deberían tener una formación y capacitación que les permita entender esos crímenes con otra mirada…

–Lamentablemente no la tienen. Lo que me espanta, por encima de todo, es la flagrante indistinción entre la mentalidad de un juez, una fiscal, y la mentalidad del sentido común. El sentido común de los operadores del derecho no se distingue del sentido común de cualquier hijo de vecino. No hay, como sí hay en otras profesiones, un “sentido común jurídico”, es decir, alimentado por el saber jurídico y, por eso, infelizmente, jueces y fiscales actúan como “operadores de la costumbre” y no del derecho, cuando se trata de crímenes de género. Hablar de violencia de género con un juez –e incluyo aquí a los más prestigiosos que hemos tenido– es lo mismo que hablar sobre el tema con un empleado público, un físico, un panadero. Los operadores del Derecho deben entender que las agresiones sexuales no son un tema de la libido, sino un tema del poder, del control, del mandato de masculinidad que domina la sociedad y las instituciones, que es un mandato de potencia y de crueldad, de insensibilidad, de entrenamiento para la falta de empatía. Un entrenamiento cuya escuela es el cuerpo de la mujer.

–Usted señala que la doctrina del garantismo jurídico no ha comprendido que las garantías en el caso de la violencia de género deben operar en sentido contrario. ¿A qué se refiere?

–La justicia garantista se ha pautado por una idea de equidad: garantizar la justicia para quien se encuentra en el lado negativo de la ciudadanía, por los desempoderados, los perjudicados por la historia. Pero no procede de la misma forma cuando se trata de género. Ahí pasan a pensar en términos de ciudadanía general. De una ciudadanía que, en realidad, no existe. Por detrás de la justicia garantista y del ideal no punitivista, se encuentra, sin ser nombrada, la perspectiva de la discriminación positiva. Si no existiera en su foco alguna noción de vulnerabilidad de quien cae preso, condenado, no tendría por qué levantar la bandera de las garantías, pues sería, en verdad, redundante. Quien cae preso por crímenes contra la propiedad y contra la vida de las personas detentoras de propiedad y dignidad, o, en muchos casos, de propiedad como dignidad, es como ya muchos hemos mostrado, pobre y no blanco: sujetos subalternos y desposeídos. El garantismo en el tema de los crímenes de género debería proceder en sentido contrario, pues la contracorriente, la verdadera discriminación positiva, se encuentra del otro lado del crimen: el poderoso es el perpetrador, que precisamente delinque para reproducir, demostrar y espectaculizarse en la posición de dominio que su masculinidad le confiere a los ojos de los otros hombres y de la sociedad en general. El crimen de género es un crimen de exceso de poder y la vulnerabilidad se encuentra del lado de la víctima, que es quien necesita de la discriminación positiva, que es quien necesita de la acción afirmativa, pues es quien no ha adquirido todavía el estatus de ciudadanía plena. Y las pruebas son una gran cantidad de sentencias que no registran ni garantizan la dignidad de persona plena para las mujeres.




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viernes, 4 de enero de 2019

"EN MANADA": PATRIARCADO RECARGADO





El horror se sumó al horror. En medio de la conmoción por la violación en grupo de una chica de 14 años en un camping de Miramar durante la celebración de Año Nuevo, ayer se conocieron otros dos casos muy similares, ocurridos también para esa fecha. Otra adolescente de la misma edad fue atacada en Las Lajitas, en Salta, y por el hecho están detenidos tres hombres y una mujer, acusada de encubridora. Y en Villa Elisa, La Plata, una joven de 15 denunció haber sido abusada sexualmente por siete hombres. Ya hay tres apresados. El denominador común fue la agresión en patota: según diversos especialistas, una manera de mostrar poder entre hombres, disciplinar a las mujeres y reaccionar ante el avance de los reclamos por la igualdad de género y el fin del sometimiento femenino.

Ayer se supo que la chica de Miramar no tenía lesiones defensivas, una situación compatible con el estado en que se encontraba tras haber sido alcoholizada. Los cinco acusados siguen detenidos (ver aparte).

En tanto, se conoció que también durante la madrugada del 1º de enero, una chica de 15 años fue atacada cuando caminaba rumbo a su casa en Villa Elisa, partido de La Plata. Por el hecho, tres jóvenes fueron apresados. Son todos mayores de edad y viven en un barrio cercano al lugar del episodio.

Además, otra adolescente de 14 años está internada en un hospital salteño luego de que su madre la rescatara de la casa en la que tres hombres mayores de edad la violaban. Para salvar a su hija, cuyos gritos escuchaba desde afuera, la mujer echó la puerta abajo.

→ “No recuerdo, en mis 25 años de juez, otro momento en que se haya dado una seguidilla como ésta –reflexiona el ex camarista Carlos Rozanski–. Esta reiteración es imposible de entender si no se remite a un contexto, a la situación del país y a la regional. Porque hay un contexto de violencia y de sometimiento.” “Yo destacaría dos aspectos –continúa–, porque éstos no son crímenes aislados. Por un lado, se están dando estos hechos aberrantes, habilitados por el contexto de violencia, de varios tipos de violencia. Por el otro, nuestra sociedad ya demostró que puede superar contextos muy difíciles, muy violentos, sabemos encontrar la salida. De situaciones violentísimas como la última dictadura, salimos con las Madres, las Abuelas, los organismos de derechos humanos. De la actual situación, con tanta violencia institucional, social y sobre todo política, tendremos que ver cómo salimos”.

→ El psicoanalista Sergio Zabalza explica, por su parte, que “en estas violaciones en grupo, de varios hombres con una mujer, lo más intenso es la atracción sexual entre los varones. Hay mucho erotismo entre ellos, la mujer queda desdibujada, esfumada. En esto discrepo con Rita Segato, que lo ve como una cuestión de narcisismo individual. El macho camina con la banda de pares en la cabeza y todo lo que hace es para que ellos lo tengan en cuenta: manejar autos de alta gama a alta velocidad, ganar mucho dinero, violar... Todos estos logros tienen sentido si los pares los ven”. Zabalza agrega que “el narcisismo es respecto de un Otro que quiero que me apruebe. El sujeto está en relación con un Otro, que siempre es un ideal. Por eso la actitud del macho es ‘voy a demostrarles a mis pares que soy muy macho y voy a someter a esta mujer’. El macho es el que se las coge a todas... para que los demás vean su potencia”.

Es justamente el accionar en “manada”, un término que se hizo popular luego de que se hiciera público que en España cinco hombres violaron a una joven de 18 años, el 7 de julio de 2016, durante las fiestas de San Fermín, en Pamplona. Esa denominación comenzó a utilizarse ahora para hablar de la violación en Miramar.

→ Para la psicoanalista Miriam Maidana, docente e investigadora de la UBA, hablar de manada “no es tan correcto, porque está relacionado con un grupo de animales, que, en tal caso, cazan para sobrevivir. Acá no hablamos de ese tipo de conducta. Hablamos de un ejercicio de poder sobre alguien en estado de indefensión”.

→ Pero Antonella D’Alessio, coordinadora y cofundadora de la red de Psicólogas Feministas y docente de la facultad de Psicología (UBA), considera que es adecuado: “Se trata de manadas de varones que se abalanzan sobre el cuerpo de las mujeres, de modo depredatorio, altamente disciplinador”. “Porque la manada es un grupo de seres de la misma especie que se protegen, se cuidan y si hay algo que hacen los varones con masculinidad hegémonica, entre ellos, para formar parte de esta corporación, es cubrirse, y logran, muchas veces, el silencio de las víctimas a través de amenazas”, apunta.

Una característica de la violación grupal, según Maidana, “es fantasear con la impunidad por estar en grupo” y “buscar ‘disculpas’ en el alcohol o el consumo de drogas”. “En toxicomanía tenemos claro que ningún consumo provoca en una persona lo que no hay por debajo, es decir, ni la droga ni el alcohol convierten en violador a un hombre. De lo que se trata es de una tendencia a una conducta ligada a la satisfacción sexual vía el sufrimiento y el sometimiento de una chica”, resaltó.

Susana Toporosi, psicoanalista infantojuvenil y coordinadora de Salud Mental del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, agrega el contexto creado a partir del NiUnaMenos: “Hay que pesar que en una sociedad patriarcal la construcción de la masculinidad pasa por un movimiento de alejarse de lo femenino. No hay que perder de vista que los varones son paridos, salen de un cuerpo de mujer. Entonces, hacerse hombres es hacerse autónomos. En el patriarcado lo que caracteriza a los hombres es la acción, lo autoritario. Por eso a veces aparecen estos actos de reafirmación de la masculinidad a través del sometimiento de alguien considerado débil (mujeres, adolescentes, trans). Porque lo central en una violación es que es un ejercicio de poder, de sometimiento, en el que la sexualidad es un arma o una herramienta. El varón necesita mostrarles a los otros varones cuán fuerte es (y necesita ocultar cualquier sospecha de su propia debilidad). En un momento en que el movimiento de mujeres está poniendo en cuestión el lugar del hombre como dominador y la mujer como sometida, la masculinidad en el contexto patriarcal reacciona con actos de extrema violencia. Y otra cuestión a pensar es el hecho de que la difusión de estos actos tan violentos propende a la reiteración y no a la prevención. Hay que pensar en para qué se cuenta esto, qué se cuenta y cómo se lo cuenta”.





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