Muchas de las fotos de este blog son de Ramiro Sisco con la comunidad Pilagá, en Las Lomitas, provincia de Formosa, Argentina.

viernes, 4 de marzo de 2016

Ningún NIÑO, ninguna NIÑA, debe vivir ese MIEDO inexplicable






Un médico argentino calificó como “víctimas propiciatorias” a las dos chicas asesinadas en Montañita. La escritora ecuatoriana María Fernanda Ampuero escribe sobre la violencia de género más allá de la situación y del lugar del mundo por donde se ande.



Yo

Cuando tenía ocho años, el hijo adolescente de unos amigos de la familia me molestó. Sexualmente. No hubo violación ni forcejeo. Ni desnudez o gritos aplastados por la mano grande de un mayor.

Nada de eso.

Pero él era ya un hombre y yo absolutamente niña y me pidió besos en la boca y que fuera su novia y se arrodilló para estar a mi altura y se acercó a mí hasta que pude oler su aliento –que ahora huelo con el mismo miedo- y me arrinconó contra un mueble y el pomo se me clavó en la espalda causándome más dolor y me pidió besos. “Para el amor no hay edad”, repitió. “Para el amor no hay edad” y luego me llevó al closet y ahí no había luz y yo le dije, mucho, que por favor me dejara ir y él que no tuviera miedo, que fuera buena, y me tocó la cara, el pelo, y me dijo que por qué no quería ser su novia si yo era muy bonita y yo le gustaba mucho y por qué él no me gustaba a mí y lo iba a hacer sentir triste si no le daba un beso.

Imagino mi mirada y el desconcierto. Ningún niño, ninguna niña, debe vivir ese miedo inexplicable, un miedo adulto que te sume en la confusión: a lo sexual, a excitarse y excitar. No, joder, los niños tienen que reír y ser niños y asustarse con cosas que asustan a los niños como fantasmas, no sexos erectos.

Malditos sean todos.

Lo que vino después lo tengo borroso. ¿Un ruido? ¿Me escabullí por debajo de su brazo? Sé que escapé escaleras abajo como esos animalitos a los que niños crueles han estado torturando con encendedores y que no paré de correr hasta estar metida debajo de las colchas entre mi mamá y mi abuela.

Sé que lo conté temblando y llorando y que ellas, mujeres como yo, intentaron convencerme de que aquello no había sido importante: es un chico juguetón. Sí, eso es lo que pasó.

Olvídalo María Fernanda, entiérralo treinta años.

¿Será (o es que soy idiota y no lo entiendo) que a veces las madres tienen más miedo de que se ofendan sus maridos, padres, hijos, hermanos, amigos, cuñados que decirles: oye, tú estás abusando sexualmente de mi niña?

Debe ser lo primero: yo soy idiota.

No. No me violaron. Nunca me han violado. Pero esa tarde, apenas unos minutos después de que hiciera trenzas en la cola multicolor del caballo de la Rainbow Bright, un hombre mató mi inocencia.

No estaba en Montañita, no estaba en un país lejano, no estaba siendo imprudente, no “viajaba sola”, ni siquiera había salido de mi casa, mi mamá estaba ahí cerca, me rodeaba todo lo que consideraba seguro del mundo. Las paredes rosadas, las estanterías con peluches y libros de pintar.

Tenía ocho años.

Mi única “culpa” fue haber nacido con una vagina en medio de las piernas.

Pero quién sabe, seguro que alguien piensa: vaya con estas, siempre inquietando a los hombres, desde pequeñitas, qué problema. Algo habrá hecho esa mosquita muerta para forzar a ese chiquillo, un jovencito de su casa, a decirle esas tonterías, cosas inocentes, ¿Qué mal pueden hacer? Él estaba jugando, ¿Cómo van a creer que tuviera malas intenciones? Por favor, sólo en la sucia cabeza de esa niña que ya no sabe qué inventar para llamar la atención.

Es “teatrera”. Esa era la palabra que a partir de entonces usaban para referirse a mí: teatrera.

Se solían reír de la teatrera.

Nadie nunca dijo nada. Mis padres y sus padres siguieron siendo tan amigos, viéndose muchísimo, lo que significa que yo tuve que seguir viéndolo a él aunque en cada fiesta me arrinconara en una esquina, como un conejito en un salón lleno de lobos. Me convertí en una niña más triste. En una adolescente más rebelde. En una mujer más desencantada. Lo que pasó, pasó dos veces: la primera ahí, en ese closet oscuro, y la segunda frente a mi familia, que no hizo nada. Mentira. Que se fue al bando de los malos.

Violencia sobre violencia: si no te defienden es que algo habrás hecho.














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