Muchas de las fotos de este blog son de Ramiro Sisco con la comunidad Pilagá, en Las Lomitas, provincia de Formosa, Argentina.

lunes, 17 de septiembre de 2012

FACQUIU





No quiero
...

Unos por poco. Otros, por demasiado. Y una ¿menudencia?, con tanto de hipocresía como de ingenuidad. Esas podrían ser algunas de las definiciones que caben a lo sucedido el jueves a la noche.

El “poco” atañe a quienes, desde el Gobierno y sus alrededores, minimizaron por completo la magnitud de la protesta. Al margen de discusiones bizantinas sobre el número aproximado de manifestantes, fue mucha gente. Mucha. No provino con exclusividad de los barrios acaudalados. No fue sólo en Buenos Aires. Vamos: con ese mismo volumen de muchedumbre, si es del palo decimos que fue imponente. Y también es veraz que el origen estuvo en las redes sociales, porque no podría haber sido de otra forma a partir de que la oposición dirigencial no existe. Este último dato, en gran medida, es lo que llevó a desmerecer la convocatoria porque su proyección sería nula, al carecer de quienes la articulen. Pero eso no significa que deje de prestársele atención.

Si es verdad que “siempre volveremos”, como dijo la Presidenta, también lo es que siempre amenaza la existencia de un núcleo de derecha, activo en más o en menos según las épocas, y conformado por factores de poder que se nutren del privilegio propio, junto con la tilinguería que les hace el coro. Eso está y que sea un paquidermo medio dormido, o espontaneísta, no quiere decir que deje de ser un elefante. Tienen recursos, ya lo demostraron en 2008 y, precisamente por no habérselos atendido, se sufrió una derrota que pudo haberse evitado. De esa pérdida se salió fugando para adelante, cuando nadie lo apostaba. Y es eso lo que vuelve a imponerse: a más reacción, más acción. Lo de la re-re es una estrategia equivocada que les proporciona gimnasia aglutinante. Es lo único de que pueden valerse y por eso lo amplifican.

Del “demasiado” no parece que haga falta agregar mucho. Colegas de la oposición llegaron a permitirse la extravagancia insultante de comparar el jueves a la noche con 2001. Más de veinte muertos por la represión, cincuenta por ciento de pobres e indigentes, un país incendiado, fueron entusiastamente asimilados a un montón de miles que salieron a pedir “libertad”. La libertad que estaban ejerciendo sin ningún problema. Se les confirió a los ruidosos la categoría del total de la sociedad, o de un grueso relevante. Quizá baste y sobre con lo que se le escuchó a un salame televisado, en rol de conductor, al momento de la desconcentración. Alertó que debía chequearse cómo andaba el Roca, porque los protestadores tenían que volver al sur del conurbano y esa línea de tren había sufrido inconvenientes durante el día. El tipo se pegó un viaje hasta el 17 de octubre del ’45. Se creyó que andaba viendo las patas en la fuente de Plaza de Mayo, con las masas indignadas cruzando el Riachuelo. Emblematizó la visión de los agentes de prensa que compraron o vendieron estar ante una gesta épica, inolvidable, determinante.

El tercer aspecto se cuela entre esos extremos de los que ningunean lo ocurrido y quienes le otorgan un valor histórico. Se da hace cierto tiempo, estimulado por el discurso de los medios opositores. El cacerolazo lo potenció. Los reaccionarios orgánicos se valen de él porque es una fachada que les permite predicar sus intereses sin retruque probable, al ser un argumento cuyo mentís es de altísima incorrección política. Pero también habrá los preocupados legítimos. Por ejemplo, gente agotada o inquieta frente al hecho de espaciar relaciones, o directamente perder amistades, porque cada vez que salta lo político –y no hay forma de que no salte, por un lado o por otro y más temprano o más tarde– los choques son irreconciliables. Este tercer elemento es eso de la división de los argentinos. De los riesgos de profundizar las diferencias, de fijarnos en lo que separa antes que en lo unificador, de no promover el consenso. Eso de que la confrontación es buscada adrede y no como producto del intercambio de ideas. Eso de que pueblo dividido es sinónimo de sociedad que no avanzará nunca. Eso de que en una democracia no hay enemigos sino adversarios. Pues bien: uno ya está harto de estas boludeces monumentales y cree que es hora de salirles al cruce, porque de lo contrario se asienta un embuste que impide debates serios.

¿Desde cuándo resulta que la política no es conflicto invariable y progresivo, si es que realmente hay pugna ideológica y no una escenografía institucional de cartón?

¿O es tan difícil darse cuenta de que estos sectores afiebrados por la necesidad de diálogo –para concederles candor– son el árbol genealógico de la oligarquía, de las masacres de toda nuestra historia, de las dos toneladas de bombas sobre civiles indefensos en junio del ’55, del genocidio del ’76, del sultán riojano que añoran, de la deuda externa que socializaron, de la propiedad agropecuaria nacida en cada oreja de indio entregada a las huestes de Roca?

¿De qué diálogo y de qué dictadura hablan? ¿Así que el pueblo fue y es su enemigo, pero para el pueblo deben ser sus adversarios democráticos?

Pagina 12 publicó anteayer una columna del sacerdote quilmeño Eduardo De la Serna, coordinador del Grupo de Curas en Opción por los Pobres Argentinos. El texto es de una sencillez y precisión arrolladoras, en esencia sobre los cánticos, consignas y cuestionamientos vertidos el jueves. En su mayoría, aunque lícitos de expresar, eran totalmente individuales.

“Quiero salir a la calle sin que me roben”, era el planteo acerca de la “inseguridad” en reemplazo de la seguridad como bienestar social.

“Quiero poder viajar”
, como si los millones de pobres hubieran podido ir al extranjero sin que nadie levantara la voz a favor de ese derecho.

“La multitudinaria ‘marcha del yo’, preocupada por ‘mis’ derechos, se manifestó coherentemente en que cada ‘yo’ tenía su propia consigna; no había un ‘nosotros’, un ‘Pueblo’, salvo en el extraño momento en que se cantó aquello de ‘si éste no es el pueblo...’ (que dicho sea de paso, al igual que respecto de haber coreado que el pueblo unido jamás será vencido: dejen de robar emblemas de izquierda para aplicarlos a que no pueden conseguir dólares) (...) Pocas cosas me parecen tan clásicas de la ‘clase media’ argentina (no es toda) como su ‘amor al yo’, el mismo de Sri Sri, el mismo del ‘yo, argentino’, del ‘no te metás’, del ‘por algo será’, del ‘en algo andaría’. Multitudinarios ‘yoes’ que pareciera que nunca pueden mirar un ‘nosotros’. Hace ya 200 años que estamos habituados a convivir (?) unos y otros, puerto y pueblos, civilización y barbarie, blancos y negros... De Proyectos se trata. Pero mientras unos insinúan siempre el deseo del voto calificado, otros proponen ampliación de derechos aunque los calificados (o clarinificados) no tomen nota. Total, se han copiado siempre.” Puede agregarse que cuando hay muchas consignas termina no habiendo ninguna, como no sea una expresión de malhumor. De odio de clase. Finalmente, de impotencia.

Esta columna termina en primera persona, como es de estilo y pertinente aclarar cuando un periodista –más aún en rol opinativo– se dispone a violar una regla básica de la profesión. Me importa una infinita cantidad de carajos tener el más mínimo grado de consenso con esta gente.

Casi desde que el mundo es mundo, el mundo se divide en clases. Y en las más postergadas, por obra de las dominantes de la pirámide y sobre todo en las medias, que son el jamón del sandwich, hay franjas asemejadas que hasta salen a la calle para defender intereses que no les son propios sino de quienes las sojuzgan. Se puede creer que vale convencer a los privilegiados y a sus loritos por vía del “diálogo”, siempre desparejo gracias a los medios de comunicación que pertenecen a la clase de punta. O practicar el “centralismo democrático” de dar la batalla a través de los hechos, tal y como toda la vida hicieron ellos. No quiero saber absolutamente nada de pacificar relaciones con esta gente. No quiero ni diálogo ni consenso con quienes vociferan “yegua, puta y montonera”. No quiero sentarme a soportar, ni por un solo segundo, a los que quieren para Cristina el final de De la Rúa. Me repugna que salgan a manifestar muchos de los que hace poco más de diez años canturreaban que entre piquetes y cacerola la lucha era una sola, porque les habían pasado la cuenta de la fiesta de la rata. No quiero saber nada con esa gente que a la primera de cambio apoyaría el golpe militar del que ya no disponen. Quiero tener con ellos una profunda división. Y concentrarme en de cuál manera se garantizaría mejor que se hundan en el fondo de su historia antropológico-nacional, consistente en que el negro de al lado no porte ni siquiera el derecho de mejorar un poquito.

Quiero a esa gente cada vez más lejos. Y cuanto más los veo, más seguro estoy.







Una mirada (desde lejos) de la/s marcha/s
...


Sería absurdo pretender decir una palabra clara y distinta acerca de las marchas de ayer en mi situación: estando lejos, a poco de producidas, sin toda la información que sería de desear, y sin haber participado. Pero igual creo que algo se puede (empezar a) decir.

En primer lugar, desde hacía semanas me llegaban correos electrónicos invitando a la marcha. Correos de desconocidos, y de remitentes falsos, porque no podía responder. En segundo lugar, me parecía razonable pensar que a la/s marcha/s iba a ir bastante gente, lo cual sería evaluado de diferente modo según el espectador o lector. Pero que vaya mucha gente (“miles” al decir de todos los diarios que leí, lo que significa “no-cientos”, tampoco “decenas-de-miles”) no necesariamente es indicio de sensatez. Multitudes se han convocado por los más diversos modos, y no siempre fueron –al menos mirando a la distancia– marchas sensatas. Podríamos recordar el vitoreo a Galtieri por Malvinas, o la “fiesta de todos” luego del triunfo (sic) del Mundial ’78, la marcha del “Felices Pascuas” o las “decenas de miles” de personas que convocó el respirador serial en el Planetario la semana pasada...

Podríamos también mirar algunas voces, pre o post marcha, sean la de Amadeo o Patricia Bullrich, con consignas simples, elementales, obvias... ¡pobres! O el (in)análisis de Mauricio, diciendo que la marcha era pacífica y no era en contra de nadie, lo que los cantos coreados o algunos carteles parecen desmentir; o que espera que “la Presidenta tome nota de lo de ayer”, como si él hubiera “tomado nota” del resultado electoral 2011. Podemos también mirar la columna del ultra-C, por Clarín, Julio Blanck, que habla de “guerra” (puaj). Y podemos también tener presente que así como en “tiempos electorales” hay cosas que son “normales”, pero a las que no hay que prestarles demasiada atención (denuncias, actos, propuestas...), antes del 7 de diciembre, hay cosas que –como Sancho– “veredes”.

Pero no está de más mirar un detalle que me parece interesante. Los medios comentan unánimes la disparidad de temas que fueron abordados por los manifestantes ayer; en el mismo Clarín, en dos columnas diferentes, se mencionan grupos de temas bien diferentes: “consignas contra la corrupción, la inseguridad, la inflación y la re-reelección”, dice una; y “Seguridad, libertad y justicia, los principales reclamos de la gente”, dice la otra en el mismo diario. Y mirando las cosas que la gente decía y/o cantaba (dejando de lado los insultos o los absurdos, que imbéciles hay en todas partes; y con esto aludo también a la palabra “dic/ktadura”) se me ocurre una reflexión: la gente manifestó, dijo lo que quiso y no hubo represión ni violencia. Hace tres días, en Chile manifestaron contra el golpe de 1973 y hubo represión y violencia (como en Córdoba hace unos días, acoto).

La Corte –de Justicia hablamos– acaba de decidir que el caso de la “Campaña sucia” contra Filmus pase del fuero federal al fuero porteño, con lo que parecería ser beneficiado Macri; el tema viajes/dólares apareció en varios, y la trillada idea de ir adonde quiero, hacer lo que quiero se repite hasta el hartazgo, sin recordar –o recordando– que hubo un tiempo en que se podía viajar cuantas veces se quería y gastar cuanto se quería para comprar “2”, y gracias a tanta “libertad” individual, el país estalló en miles de fragmentos. Y acá –creo– está el tema: los cantos, consignas y planteos (legítimos de expresar, por cierto) eran –al menos en su mayoría– totalmente individuales: “quiero salir a la calle sin que me roben” era el planteo de la seguridad; no el bienestar social como “seguridad”; “quiero poder viajar” como si los “cientos de miles” (mejor dicho, “millones” de pobres) alguna vez hubieran podido viajar sin que nadie levante su voz a favor de ese derecho... La multitudinaria “marcha del yo” preocupada por “mis” derechos se manifestó coherentemente en que cada “yo” tenía su propia consigna; no había un “nosotros”, un “Pueblo”, salvo que al extraño momento en el que se cantó “si éste no es el Pueblo...” se le dé alguna entidad. Pocas cosas me parecen tan clásicas de la “clase media” argentina que su “amor al yo”, el mismo de sri sri, el mismo del “yo, argentino”, o “no te metás”, coherente con el “por algo será” o “en algo andaría”. Multitudinarios “yoes” que pareciera que nunca pueden mirar un “nosotros”... Pero hace ya 200 años que estamos habituados a convivir (¿?) unos y otros, puerto y pueblos; civilización y barbarie, blancos y negros... De proyectos se trata. Pero mientras unos insinúan siempre el deseo por el voto calificado, otros proponen ampliación de derechos, aunque los calificados (o clarinificados) “no tomen nota”, total... se han copiado siempre.



Eduardo De la Serna
Coordinador del Movimiento de Sacerdotes en Opción por los Pobres.





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