LA FALSEDAD DE LAS CRÍTICAS. El hecho de que muchos argumentos de la oposición se hayan tornado –por su agobiante repetición– en caballitos de batalla, no los provee de certeza. Uno de ellos es: "el mundo nos brinda una excelente oportunidad porque se mantienen altos los precios de la soja". Falso, al menos parcialmente. Porque si bien los precios de la soja se mantienen elevados, en las exportaciones argentinas ha crecido el componente industrial que colocamos en otros mercados aparte de China, y si esos compradores están en crisis disminuyen su capacidad de comprarnos. Por el contrario, necesitan vendernos aquellos productos que, debido a su crisis, no pueden colocar en sus países. Además, ese mayor componente industrial en nuestras ventas, que es inmensamente favorable para mantener nuestros niveles de empleo, requiere que importemos más bienes de capital, de modo que nos exige una concentración mayor en cómo obtener y qué destino darles a nuestras divisas. En paralelo, las firmas extranjeras radicadas en nuestro país no reinvierten aquí en los mismos niveles que lo harían en una situación normal en sus países de origen, sino que se ven compelidas por sus matrices en el exterior para girar una porción mayor de sus utilidades, de modo de acudir en socorro de las mismas, como consecuencia de la crisis que atraviesan. En definitiva, por estos y otros motivos, el mundo no nos sonríe, como pretende la oposición política y sus patrones intelectuales, los golpistas económicos.
De la mano de esto viene otra sentencia mentirosa: "mientras en otros países de la región abundan los dólares baratos, en nuestro país escasean, y por eso se encarecen". Falso. Nuestro país es el primero, exceptuando a los EE UU, en cantidad de dólares por habitante. La pregunta, a partir de ello, es: ¿quién los tiene? ¿a dónde están? Y es aquí donde hay que distinguir entre las cantidades relativamente pequeñas que pueda haber reunido un ahorrista de clase media, y los colosales torrentes de ganancia en dólares que nuestras sucesivas debacles económicas les ha permitido a los grandes conglomerados empresarios; sumado a ello la falta de control y la libertad para girar esos dólares a los circuitos internacionales. Es a esa "libertad de cambio" a la que estos sectores históricamente dominantes quieren retornar, y de ninguna manera a proteger a los pequeños ahorristas a los que usan como pantalla de sus intereses oligárquicos.
Otra de las flagrantes mentiras de quienes propician un golpe de mercado es: "miremos lo bien que está Brasil". Falso. Lamentablemente, Brasil no está bien. Su economía arrastra signos de estancamiento prolongado, caída de la actividad industrial, altas tasas de interés y fuga de divisas. Y esto, que en la comparación nos pone en mejor situación, no es favorable para nosotros. Al ser nuestro principal socio comercial, hubiéramos preferido el repunte de Brasil para incrementar nuestras ventas y bajar la presión de sus industriales para colocar sus productos en nuestro mercado. Las muestras de recuperación que se esperaban de Brasil están tardando en manifestarse más de lo que hubiésemos deseado. El malestar de Brasil se refleja, incluso, en la merma de turistas de ese país hermano, lo cual también perjudica nuestra balanza.
BLANQUEO O INVERSIÓN. Como queda expresado en tramos anteriores de este trabajo, a lo largo de décadas de políticas liberales en materia cambiaria, los argentinos han acumulado dólares en cantidades siderales, y, debido a aquella justificada falta de confianza en nuestra economía, los mantuvieron fuera del circuito formal. Una parte dentro del país, otra parte mucho mayor fuera de él, pero todos fuera de la economía registrada. Esa enorme masa de dólares se integra, pues, en parte, de ahorristas precavidos de mayor o menor envergadura. Y también de grandes evasores, que presionaron durante décadas en favor de dichas políticas de libertad de cambio absolutamente laxas, y se aprovecharon de ellas para girar sus colosales excedentes en dólares a diversas plazas financieras, muchas de ellas non sanctas. Mientras la Convertibilidad mataba a nuestro Estado, a nuestra producción y a nuestros trabajadores, la libertad de cambiar cada peso por un dólar aceleró vertiginosamente ese proceso de acumulación y fuga de grandes capitales, que son quienes ahora presionan para recuperar parte de aquellos privilegios.
La Argentina arrastra, complementariamente con esto, altos niveles de evasión, contra la cual las actuales políticas públicas están luchando trabajosamente. Esto es, una permisividad histórica respecto de los nichos (y cuevas) de ilegalidad. Entonces, si combinamos el factor "colosales tasas de excedentes obtenidos en dólares o convertidos a dólares (gracias al relajamiento de las sucesivas políticas cambiarias)" con el factor "facilidad para operar en el circuito ilegal, o, más simplemente, evasión", esto arroja un resultado económico de enorme circulación rutinaria de moneda extranjera. A tal punto arraigado, que Carlos Menem, aún después del colapso producto de la década de los años noventa, obtuvo el primer lugar en la primera vuelta de los comicios presidenciales de 2003 bajo la consigna de dolarizar lisa y llanamente nuestra economía.
Al haber tantos dólares en plaza, las habituales operaciones informales no encontraban mayores resistencias en el sistema, y de allí que la brecha que siempre existió entre la cotización ilegal del dólar respecto del oficial, resultaba insignificante. Pero, a medida que se fueron imponiendo y generalizando las restricciones para operar y atesorar excedentes en divisas por fuera de lo estrictamente necesario (esto es, las transacciones del comercio internacional), la brecha se fue acentuando, lógicamente, dada la mayor dificultad para obtener dólares con la laxitud a la que los grandes operadores estaban acostumbrados. Y esto fue disparando, progresivamente, la brecha entre la cotización oficial y la ilegal. En definitiva, un mayor control de la evasión más las restricciones cambiarias, angostaron la puerta de ingreso y salida de divisas, convirtiendo las operaciones paralelas en un circuito muy pequeño e irrelevante en términos macroeconómicos, pero, dada la capacidad mediática de sus operadores, políticamente determinador de un clima de malestar en una porción importante de nuestra sociedad.
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