Hijo irreverente, bastardo y original de la generación del ’80; poeta profético, profuso y volcánico; maestro rural y guía entrañable de niños y jóvenes. Hombre solitario, reacio a las convenciones edulcoradas de los adultos. Se concibió a si mismo como un misionero cultural a la usanza del primer cristianismo e hizo de su obra un espejo de su propia vida atravesada por una moral práctica inquebrantable. Pintor frustrado, periodista, crítico de la corrupción que atravesaba a los políticos conservadores de su tiempo, admirador luego desencantado de Domingo Faustino Sarmiento, nombre fundamental de una raíz del pensamiento argentino nacida entre la profundidad de la llanura bonaerense y los suburbios de la orgullosa capital.
Todo eso fue Pedro Bonifacio Palacios, fallecido un 28 de febrero de 1917, cuando el mundo se sacudía por los estragos que generaba la Primera Guerra Mundial, la gran Revolución Rusa vivía su primera etapa burguesa, e Hipólito Yrigoyen comenzaba el segundo año de su primer mandato.
Bonifacio Palacios fue popularmente conocido por el pseudónimo que solía utilizar en sus escritos: Almafuerte. Este nombre fue recuperado por la banda más convocante y representativa del heavy metal nacional que, en varias de sus letras, hace alusiones a poemas de Palacios e, incluso, le llegó a dedicar un tema.
Omitido por la maquinaria del canon literario por su desapego hacia cualquier pulcritud técnica, sus poemas contuvieron una fuerza arrolladora y una sensibilidad en la que siempre se hicieron presentes los pesares y las desventuras humanas. El halo mesiánico que gobernó su poética, fue personificado por Almafuerte en el criollo humilde de las pampas, que detentaba, según su perspectiva, la genuina moral cristiana de su tiempo.
Jorge Luis Borges escribió sobre él: “Escritor olvidado con injusticia, hombre que hubiera sido en plena barbarie fundador de una religión, en plena civilización un Butler o un Nietzsche”.
En el prólogo que trazó para las Poesías Completas de Almafuerte, Rubén Darío consideró: “Almafuerte, entre la palabra por la palabra, prefiere la idea por la idea. Tanto mejor. Lo que no podrá nunca negársele es una profunda y sana sinceridad”.
Sus versos, inarmónicos y toscos, lograban poner el énfasis en las intuiciones espirituales que los envolvían. Almafuerte tenía algo para decir y le resultaba irrelevante pensar desde dónde lo decía y cómo lo decía. En ese punto, puede ser asemejado con un hombre que de cristiano tenía poco y nada, pero que sabía mucho del esfuerzo que suponía el oficio de escribir: Roberto Arlt. El creador de “Avanti” y el cronista del diario El Mundo, tenían un punto vital en común: las penurias económicas que los limitaban y la creencia en que el sacrificio terrenal encontraba su horizonte en esta misma vida. En el prólogo que escribe en su novela Los lanzallamas, Arlt conjeturaba: “Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo. Pasando a otra cosa: se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia. El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo”. Estas líneas podrían ser perfectamente atribuidas a Pedro Bonifacio Palacios dado que tienen también un tono mesiánico, poco frecuente en el autor de El juguete rabioso.
Pase por tu blog y me encanto, decidí quedarme y ser tu amigo, gran entrada la tuya, te felicito y espero en Ecos del Santo Reino.Desde Jaén un abrazo y feliz día
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